Mediante este texto, mi propósito es demostrar mi inexistencia basado en la afirmación de que en realidad soy una alucinación de Renton.
El primer recuerdo que tiene Renton de mi existencia es cuando teníamos alrededor de 8 ó 9 años y jugamos con robots en el garaje de su casa. Pero en verdad, a causa de un padecimiento congénito, él estaba alucinando. Le llamó la atención que mis robots eran diferentes a los de los demás, eran los robots más fascinantes que había visto. Estaba Mazinger Z, pero mejor que el que conocía y otros que nunca había visto. Jugamos con ellos. Los demás creyeron que jugaba solo, lo cual no es raro a esas edades.
Volvimos a encontrarnos en el colegio, una época de mucho estrés. No éramos compañeros de clase; yo ciertamente era de otra clase que él. Todo ese tiempo en que creía estar conmigo, estaba solo; decía que yo lo convencía de escaparse, pero se escapaba y merodeaba solo, en intensos debates conmigo.
Ahora Renton cree que yo trabajo en la misma compañía, en otro departamento algo difuso y poco específico. Pero nos comunicamos más que todo por correo electrónico, lo cual resulta conveniente en estas situaciones. Uno puede tener todas las cuentas de correo que desee, puede tener tantas que uno se olvida de algunas. A Renton parece no extrañarle el que yo siempre esté cerca, como cuando cree estar en mi casa fumando y más bien matiza debajo de los mismos árboles de su barrio natal, que es, obviamente, también el mío. Tampoco le llama la atención que yo nunca aparezca en la universidad, pero él conoce bien mi desconfianza hacia la psicología, a causa de evidentes razones.
El primer recuerdo que tiene Renton de mi existencia es cuando teníamos alrededor de 8 ó 9 años y jugamos con robots en el garaje de su casa. Pero en verdad, a causa de un padecimiento congénito, él estaba alucinando. Le llamó la atención que mis robots eran diferentes a los de los demás, eran los robots más fascinantes que había visto. Estaba Mazinger Z, pero mejor que el que conocía y otros que nunca había visto. Jugamos con ellos. Los demás creyeron que jugaba solo, lo cual no es raro a esas edades.
Volvimos a encontrarnos en el colegio, una época de mucho estrés. No éramos compañeros de clase; yo ciertamente era de otra clase que él. Todo ese tiempo en que creía estar conmigo, estaba solo; decía que yo lo convencía de escaparse, pero se escapaba y merodeaba solo, en intensos debates conmigo.
Ahora Renton cree que yo trabajo en la misma compañía, en otro departamento algo difuso y poco específico. Pero nos comunicamos más que todo por correo electrónico, lo cual resulta conveniente en estas situaciones. Uno puede tener todas las cuentas de correo que desee, puede tener tantas que uno se olvida de algunas. A Renton parece no extrañarle el que yo siempre esté cerca, como cuando cree estar en mi casa fumando y más bien matiza debajo de los mismos árboles de su barrio natal, que es, obviamente, también el mío. Tampoco le llama la atención que yo nunca aparezca en la universidad, pero él conoce bien mi desconfianza hacia la psicología, a causa de evidentes razones.