Dos versiones de mi muerte

Tal vez esté viejo, pero sí solo y enfermo. Me adentraré en el Oceáno Pacífico en una lancha que quiza será mía o de algún infortunado al que le tocará presenciar el acto. Me detendré sobre una profundidad aceptable y me amarraré al extremo de una cadena, al otro extremo habrá una conveniente piedra. Me sentaré en el borde de la lancha y dejaré caer la piedra al agua. Sostendré el peso con toda la fuerza que me quede, me pondré la pistola en el pecho y dispararé. La gravedad, como única invitada a mi cortejo fúnebre, me llevará a mi morada final y dormiré mi último sueño en el lugar donde lo prometí.

Quizá viejo, solo y enfermo, cuando muera, mi cuerpo será introducido en un cilindro de metal de mi propio diseño. El cilindro será cerrado al vacío y será arrojado al Oceáno Pacífico, a una profundidad donde la temperatura esté cerca al punto de congelación. El cilindro tendrá un mecanismo que se activará cada quinientos años y revisará si existen las condiciones para que mi cuerpo sea reanimado, mi vejez y enfermedad curadas y exista la inmortalidad. Si las condiciones están dadas, una llamada será emitida y ojalá contestada. Probablemente sea resucitado como un cyborg. Sin la sombra de la muerte, recorreré la Tierra y veré todo lo que hay que ver; luego construiré una nave apropiada y en ella reuniré la suma del conocimiento humano y todo el material genético del planeta. Entonces partiré en busca del límite del universo y de lo que esté más allá. En el camino, tal vez fundaré unas cuantas civilizaciones. Tal vez viaje solo, tal vez haré una realidad virtual a mi imagen y semejanza para entretener mi eternidad.