Es nuestra ceremonia, salimos de oscuros rincones y nos juntamos hasta el roce íntimo, danzamos sin que nos importe, la música como el pulso colectivo y nosotros, los perseguidores de estados alterados, negamos la realidad, la destruimos y rearmamos desde nuestra perspectiva única de todos y cada uno. Y seguimos, ondulantes y fervientes, hasta que el sol nos escupe su luz en la cara y como peregrinos polvorientos volvemos y caemos en nuestros lechos de infinita nostalgia, arrullados por un cansancio que no proviene del cuerpo o la mente, sino de esa zona indefinida e inalcanzable cuya marca llevamos en la frente.
Esto es lo que somos, lo que heredamos y nos toca. ¿Qué iremos a heredar, qué dejaremos a los que vienen después de que se disuelvan nuestros huesos y carne y formen otros huesos y otra carne?