El Quinto Jinete se incorporó sobre la mesa de metal. Tardó en ubicarse y se sentía exhausto, a pesar de que había dormido por horas. Se sentó, no totalmente despierto. Su mirada se arrastró sobre las paredes y el piso de blanco inmaculado y por instrumentos metálicos que le parecieron conocidos aunque no supo definirlos con palabras exactas. Caminó vacilante hasta la entrada de la habitación, que carecía de puerta y deambuló por los pasillos de la cúpula.
Llegó a un salón amplio, en el techo había una entrada que dejaba caer una luz lechosa sobre un jardín de piedras y senderos de arena. Ahí, un hombre de espaldas y en cuclillas garabateaba en la arena con el dedo; al sentir a alguien detrás de él, se levantó y dio la vuelta. El Quinto Jinete descubrió con atroz asombro que el hombre ante él tenía su mismo rostro y cuerpo, como un reflejo de su carne que proyectaba una sombra.
— Yo soy el Quinto Jinete. — dijo, antes de pensar otra cosa.
— No, vos creés ser el Quinto Jinete, así como yo lo creía, así como todos lo hemos creído. — le respondió el que antes escribía. El Quinto Jinete trató sin éxito de replicar algo. El Quinto Jinete prosiguió:
— Aparte de esa falsa idea de identidad, no recordás nada, ¿cierto? ¿Te acordás cuando eras un niño, cuando la vida era dulce y fácil? ¿Recordás el sexo? Yo te contesto: No. Tenés nociones vagas e imágenes que se van como agua entre los dedos. —
— ¿Quién soy, según vos? — balbuceó al fin.
— Un clon, o más bien una distracción ambulante. El Quinto Jinete, quien quiera que haya sido, necesitaba desaparecer, irse para no regresar; aparentemente hay gente que lo busca por no muy buenas razones. Se vino a esconder con, digamos, nuestro Padre. Pero ambos se han ido; Padre ha muerto, no sin dejar un último simulacro: vos. ¿Sabés lo que somos realmente? Carne de cañón para cubrir la huida de él, de quien provenimos.—
Hubo un silencio largo. La vieja cólera le trajo respuestas y las arrojó con una sonrisa despectiva:
— Empiezo a recordar y estás equivocado: yo soy el Quinto Jinete. Ése que llamás Padre ha muerto, es cierto y lo que ha dejado fue una estratagema. Lo hizo por mí, porque yo se lo pedí. Si yo mismo no sé quién soy, ¿quién podrá encontrarme? Mi memoria, aparte de esto que te digo, fue borrada: sólo retengo el conocimiento y las habilidades que necesitaré para sobrevivir. Pronto los que buscan al Quinto Jinete lo encontrarán, si es que no lo han hecho ya. —
El Quinto Jinete lo miró casi con compasión.
— Saliste del cuarto de donde todos salimos y como todos nosotros, tenés tu número marcado en los dedos, 18. Eso que creés lo creés porque te lo implantaron. Es más, sé que no me creés porque no se supone que me creás. —
El Quinto Jinete miró los dígitos tatuados en sus dedos índice y medio y al verlos sintió que era fulminado por un fuego sin luz; tras interminables segundos, buscó el número del otro.
— ¿Y vos qué, 13? ¿Te quedarás aquí cumpliendo tu destino? —
— Lo que yo haga, o vos hagás, no importa para nosotros sino para aquél de quien provenimos. El camino del Quinto Jinete, sea quien sea, siempre ha sido solitario, ésa es la única certeza.—
— ¿Cómo sabés...? — El Otro lo interrumpió, harto del monólogo:
— Así como vos, fui creado con un propósito. Pero ya que hemos charlado suficiente, vos sabés que ahora te toca correr y sentís la urgencia de hacerlo, así que andate ya.—
El Quinto Jinete se dirigió a donde creía era la salida, no sin despedirse:
— Adiós. — Trató de no decir más, en vano: — Yo soy el Quinto Jinete, ¿sabés cómo lo sé? Porque sueño, y si bien son fragmentos demasiado fugaces como para poder aferrarlos, me dejan una nostalgia que siento ajena pero reconozco como mía. En fin. —
— Adiós. Nadie te va a extrañar. —
— No esperaba otra cosa. — dijo mientras se marchaba.
Tras ver como el Quinto Jinete se iba, el Quinto Jinete fue a servirse agua. Mientras bebía, vagó con lentos pasos por las enormes habitaciones vacías. Al pasar por la puerta de una cámara criogénica, no pudo evitar murmurar:
— Un plan perfecto, Padre. —
Llegó a un salón amplio, en el techo había una entrada que dejaba caer una luz lechosa sobre un jardín de piedras y senderos de arena. Ahí, un hombre de espaldas y en cuclillas garabateaba en la arena con el dedo; al sentir a alguien detrás de él, se levantó y dio la vuelta. El Quinto Jinete descubrió con atroz asombro que el hombre ante él tenía su mismo rostro y cuerpo, como un reflejo de su carne que proyectaba una sombra.
— Yo soy el Quinto Jinete. — dijo, antes de pensar otra cosa.
— No, vos creés ser el Quinto Jinete, así como yo lo creía, así como todos lo hemos creído. — le respondió el que antes escribía. El Quinto Jinete trató sin éxito de replicar algo. El Quinto Jinete prosiguió:
— Aparte de esa falsa idea de identidad, no recordás nada, ¿cierto? ¿Te acordás cuando eras un niño, cuando la vida era dulce y fácil? ¿Recordás el sexo? Yo te contesto: No. Tenés nociones vagas e imágenes que se van como agua entre los dedos. —
— ¿Quién soy, según vos? — balbuceó al fin.
— Un clon, o más bien una distracción ambulante. El Quinto Jinete, quien quiera que haya sido, necesitaba desaparecer, irse para no regresar; aparentemente hay gente que lo busca por no muy buenas razones. Se vino a esconder con, digamos, nuestro Padre. Pero ambos se han ido; Padre ha muerto, no sin dejar un último simulacro: vos. ¿Sabés lo que somos realmente? Carne de cañón para cubrir la huida de él, de quien provenimos.—
Hubo un silencio largo. La vieja cólera le trajo respuestas y las arrojó con una sonrisa despectiva:
— Empiezo a recordar y estás equivocado: yo soy el Quinto Jinete. Ése que llamás Padre ha muerto, es cierto y lo que ha dejado fue una estratagema. Lo hizo por mí, porque yo se lo pedí. Si yo mismo no sé quién soy, ¿quién podrá encontrarme? Mi memoria, aparte de esto que te digo, fue borrada: sólo retengo el conocimiento y las habilidades que necesitaré para sobrevivir. Pronto los que buscan al Quinto Jinete lo encontrarán, si es que no lo han hecho ya. —
El Quinto Jinete lo miró casi con compasión.
— Saliste del cuarto de donde todos salimos y como todos nosotros, tenés tu número marcado en los dedos, 18. Eso que creés lo creés porque te lo implantaron. Es más, sé que no me creés porque no se supone que me creás. —
El Quinto Jinete miró los dígitos tatuados en sus dedos índice y medio y al verlos sintió que era fulminado por un fuego sin luz; tras interminables segundos, buscó el número del otro.
— ¿Y vos qué, 13? ¿Te quedarás aquí cumpliendo tu destino? —
— Lo que yo haga, o vos hagás, no importa para nosotros sino para aquél de quien provenimos. El camino del Quinto Jinete, sea quien sea, siempre ha sido solitario, ésa es la única certeza.—
— ¿Cómo sabés...? — El Otro lo interrumpió, harto del monólogo:
— Así como vos, fui creado con un propósito. Pero ya que hemos charlado suficiente, vos sabés que ahora te toca correr y sentís la urgencia de hacerlo, así que andate ya.—
El Quinto Jinete se dirigió a donde creía era la salida, no sin despedirse:
— Adiós. — Trató de no decir más, en vano: — Yo soy el Quinto Jinete, ¿sabés cómo lo sé? Porque sueño, y si bien son fragmentos demasiado fugaces como para poder aferrarlos, me dejan una nostalgia que siento ajena pero reconozco como mía. En fin. —
— Adiós. Nadie te va a extrañar. —
— No esperaba otra cosa. — dijo mientras se marchaba.
Tras ver como el Quinto Jinete se iba, el Quinto Jinete fue a servirse agua. Mientras bebía, vagó con lentos pasos por las enormes habitaciones vacías. Al pasar por la puerta de una cámara criogénica, no pudo evitar murmurar:
— Un plan perfecto, Padre. —